Introducción
“En 1896, Nikola Tesla, uno de los más grandes genios de la era eléctrica, ajustó un pequeño motor oscilante a la viga central de su laboratorio en Manhattan provocando así una poderosa resonancia física que condujo a través del edificio y hasta el suelo, para causar un terremoto que hizo temblar edificios, y rompió cristales y tuberías en un área de doce manzanas. Tuvo que detener el motor a golpe de martillo. Tesla afirmó que podría calcular la frecuencia natural de la tierra y convertirla en una fuerte vibración utilizando un conductor bien ajustado de tamaño adecuado y en un lugar específico.” (*)
Este supuesto aún está vigente en nuestros proyectos vibratorios. Mientras trabajábamos en el tema “Resonancias estimuladas mediante vibraciones mecánicas” nuestro principal interés no sólo era amplificar una frecuencia que ya existía, sino crear un complejo sistema en el que varias frecuencias se influyeran mutuamente. La estabilidad sería entonces tan frágil que incluso la más mínima alteración podría ser capaz de provocar un resultado imprevisible. Al igual que en la Electric Swaying Orchestra (1991-92) las frecuencias naturales y forzadas de los objetos (cajas y muelles, péndulos ) están tan a tono unas con otras que los sonidos y movimientos que produce la instalación pueden alterarse casi imperceptiblemente del orden al caos y viceversa. El papel del ordenador es paradójico: a pesar de controlar el mecanismo (los motores eléctricos), sólo puede predecir vagamente el resultado físico de sus comandos. Y a lo largo de los equilibrios inestables, del orden y del caos, existe el elemento del sonido. La fuerza pura del sonido y el sonido en su más pura manifestación (música) siempre serán parte integral de todas nuestras instalaciones. El sonido, como medio que potencia un lugar especifico, ocupa ese mismo lugar: nuestros proyectos vibratorios nos permiten generar vibraciones con las que podemos llenar el espacio. Después de todo, las ondas sonoras son también vibraciones.